jueves, 30 de septiembre de 2010

Anarquía

“¿Cómo es posible que unos cuantos profesores de la UNE que apenas sí tienen condición física para trepar puertas consiguieran lo que muchedumbres de estudiantes e indígenas no pudieron?”, le dije hace unos días a mi madre, con el debido respeto, pues ella también es profesora.
En las últimas horas, parece que mi respuesta ha sido contestada.
Dentro de la profesión, a los periodistas nos toca estar preparados para todo tipo de eventualidades... esas que son capaces de hacer trabajar horas extras.
Pero definitivamente, hay cosas que por más preparado que uno esté no dejan de impactar.
De un momento a otro, veo a mi ciudad dentro de un caos inusual... un silencio inusual... ni un domingo es capaz de convertir a Guayaquil en algún tipo de pueblo fantasma, en el cual, la poca gente que se ve está preocupada, cerrando negocios... sin poder retirarse del todo del lugar.
Y es que los llamados a salvaguardar el orden ciudadano eran protagonistas del desorden... y cuando los gatos no están, ratas, ratones y rateros hacen fiesta.
Seguí con mi agenda hasta donde las circunstancias lo permitieron. Caminando a lo largo del Malecón, de pronto desconfiaba de todos quienes cruzaran mirada conmigo... ni los menores de edad se salvaban de mis temores.
Hasta mi lugar de trabajo cerró sus puertas para no ser blanco fácil, y dentro de él, un inusitado ir y venir de personas confirmaban que los últimos acontecimientos pueden afectar el desempeño de este y otros días.
Inevitable pensar en las personas que más estimo y quiero: mi familia, mis amigos, mis compañeros y colegas... seguramente todos estaban adaptándose para pasar el día con la mayor seguridad posible.
Solo faltan un par de horas para que se termine la jornada laboral. La incertidumbre se apodera de mí... ¿Habrá paz en las siguientes horas?
“Al final del día, todo estará bien”... me dijo una vez alguien especial, ojalá sea así.