jueves, 23 de febrero de 2012

Crónica de la ira popular

Cerca de las 07:30, del miércoles 15 de febrero último, salí de mi casa para dirigirme hacia la Corte Superior de Guayaquil. El viaje en buseta debí hacerlo con una pesada mochila al hombro que contenía mi ropa para ir al gimnasio...debía cargar con eso, no había tiempo de llegar primero a mi trabajo.
“Diviértete”, fue la frase que retumbó en mi cabeza... fue pronunciada por una compañera que conoció el día anterior que debía cubrir la audiencia por el amparo de protección interpuesto por las organizaciones Diabluma y Juventud Revolucionaria Alianza PAIS contra el Municipio de Guayaquil por la colocación del monumento a LFC en Las Peñas.
Desde luego, no pensaba divertirme... ni mucho menos lo creyó mi compañera que de antemano intuía la polémica que podía suscitarse. Me sonreí mentalmente por el sarcasmo.
Llegué cerca de las 07:50 a los alrededores de la Corte. La voz amigable de un compañero del medio me sorprendió por la espalda. “Si sabes lo que es bueno para ti, esconde tu credencial”. Tomé el consejo... un tanto inútil, mi libreta de apuntes ponía en evidencia para quién trabajo.
Pasadas las 08:00, el asambleísta Andrés Roche encabezaba un numeroso grupo de simpatizantes de su causa -la misma del Municipio- que se dirigió hacia el ala izquierda de la Corte para ingresar. La tranquilidad con que se dirigía a sus acompañantes y miembros de la Policía que cuidaba el lugar me destanteó... aún tengo presente que, cuando esperaba una entrevista con él en su antiguo despacho de la Dirección de Vigilancia y Seguridad, trató de forma déspota a una de sus asistentes.
Ya en la sala donde el Juzgado 8º de Garantías Penales realizaría la audiencia, los protagonistas de la parte demandada comenzaron a tomar asiento de forma ordenada. A las 08:15, las personas que se sentaron en la parte de la audiencia se saludaban a la distancia con las personas que paulatinamente iban llegando.
Yo también saludé con conocidos que trabajan en el Municipio. No era la primera vez que los veía en situaciones similares: en cada marcha de Nebot o sesión crítica en el Salón de la Ciudad, siempre estaban presentes.
José Batista, confeso ex colaborador de LFC por más de 30 años, desde que llegó comenzó a arengar a los simpatizantes del Cabildo porteño.
Batista intercedió por un grupo de coidearios que buscaron ingresar empujando a la policía. “No se preocupe que no va haber desmanes”, dijo. Aquel grupo, finalmente, logró entrar.
Decidí dedicarme a lo mío y empecé a hablar con la gente de la primera fila.
Un hombre de camiseta amarilla -parafraseando a Arjona, de clase muy sencilla, lo noté por su facha- fue el primero que abordé. Se identificó como Pedro Silva y sabía perfectamente de la audiencia por la prensa, me aseguró. ¿Y por qué estaba ahí? “Yo soy del pueblo”. Frase sin discusión porque del pueblo somos todos.
Me coloqué del lado izquierdo del estrado para tener una vista más panorámica de la situación. Los casi 300 asientos que calculé estaban ocupados en el 90%, al menos. Un hombre de camisa estampada saludó a Silva. Me dio la impresión de que era su pariente, por el parecido en las facciones faciales.
Cerca de las 09:00, noté que había forcejeos al fondo de la sala, justo de mi lado. Por curiosidad avancé pero unas personas que improvisaron un cerco humano, en la salida principal, me impidieron el paso. La gente que hace minutos lanzaban vítores en favor de LFC y Nebot empezó a gritar “¡Fuera!”.
A lo lejos veía que los gendarmes desalojaban a un grupo, y trataron de darles protección hasta la salida. Infructuosa tarea. El cerco humano no era sino una emboscada que al grito de “¡Ahí vienen!” empezaron a propinar patadas y puñetes a los exiliados de la sala.
Roche solicitaba calma desde su sitio en el estrado. “Ya habrá oportunidad en las calles, no se dejen provocar”, decía.
Me acordé del ofrecimiento de Batista a los policías acerca de los desmanes mientras regresaba a mi sitio cerca del estrado. Lo busqué para ver alguna impresión facial por las primeras agresiones. No lo encontré. Lo que hallé, en cambio, fue que Silva se había unido al hombre de la camisa estampada y un grupo de más de una decena de individuos, en todo el centro de la sala.
Cosa curiosa, teniendo donde sentarse al fondo permanecieron en el corazón del lugar.
A las 09:10, empezó la audiencia, presidida por el juez (e) Manuel Prieto. Habla primero Armando Bedrón, abogado de Diabluma. La gente comenzó a insultarlo, tenía la barra en contra por mayoría absoluta. Los pocos que habían llegado a apoyarlo hace rato que habían salido entre golpes e insultos.
“Ya vamos a decir las verdades”, indicaba Roche a la masa. A las 09:25, comenzó la intervención del procurador síndico municipal, Miguel Hernández. Los insultos fueron reemplazados por alabanzas.
Aproximadamente a las 10:00, percibí un nuevo forcejeo cerca de la primera fila, por mi lado.
Al acercarme a la escena, una compañera reportera discutía con una señora mayor de edad sobre una aparente agresión por parte de Gustavo Zuñiga, director de Aseo del cabildo, quien estaba sentado en primera fila, junto a otros personajes políticos conocidos como Cynthia Viteri.
Según versiones posteriores, Zúñiga pedía campo visual y la compañera, que lo impedía inintencionalmente, habría sido empujada de forma descortés por el funcionario.
“Usted debe ser más respetuosa”, indicaba la señora de blusa blanca a la periodista. “Pero hay maneras de pedir las cosas y él no me puede faltar al respeto”, le respondía la colega.
Tras averiguar los detalles de lo ocurrido volví a mi sitio original. Un compañero me indicó que tenía la credencial de fuera y que habían personas fijándose en mi persona. Ya para qué guardarla... si tanta atención me habían prestado ya debían saber para cuál medio trabajaba.
Luego de la intervención de Leonardo Neira, de la Procuraduría General del Estado -quien se declaró neutral en la situación-, tomó la palabra Esteban Delgado, subsecretario de Patrimonio Cultural, para, en pocas palabras, insistir en que no buscaban impedir la instalación del monumento pero que esta debía darse fuera de Las Peñas.
Tras eso, fue un ir y venir de réplicas. Hernández, Bedrón, Delgado expusieron sus argumentos en ese orden. Roche protestó que se le dé uso de la palabra a este último porque, en su parecer, ya estaba representado por Bedrón.
El juez Prieto le solicitó calma a Roche y le puntualizó que el funcionario estatal tiene derecho a argumentar y que, si gustaba, podría replicar.
El asambleísta cedió. “Veamos qué tiene que decir este cobarde”, dijo.
Delgado dejó constancia de las interrupciones por parte de las barras municipales. Se ganó los silbidos y pifias propias de un estadio cuando el jugador del equipo contrario cae al suelo tras una falta.
Zúñiga miró hacia atrás y, molesto, solicitó calma. Un ex concejal de Guayaquil, afín a Nebot, a mis espaldas, sentenció: “Van a suspender la audiencia”.
Aproximadamente a las 10:10, Fernando Rosero, defensor de los intereses del Cabildo, hace uso de la palabra. Justificó su presencia porque había recibido como 200 tweets insultándolo. Su discurso, impregnado de epítetos contra Diabluma y elogios a LFC, fue motivante para las personas asistentes.
De pronto, más policías llegaron al lugar, formando un cordón que separaba a jueces, demandantes y demandados, del resto de las personas. Yo me quedé de este último lado para tener más libertad de movimiento.
Eran cerca de las 10:20. Roche ofrece mostrar unos videos donde, aseguró, se ponían en evidencia los vínculos de Diabluma con Alianza PAÍS. Decido cambiar de lugar para apreciar mejor los videos y camino unos metros cerca de la columna apegada a la puerta principal.
Otro hecho curioso: las personas que se hallaban de pie meten la mano a su bolsillo como en una coreografía, casi al mismo tiempo. Qué gracioso, pensé, por la peculiaridad de la situación.
Me ubico a la altura de la puerta y empezó la proyección. Observo que Roche mete la mano en su bolsillo derecho del pantalón y le arrojó unas monedas a Delgado. Pocos segundos después, la acción es imitada por la gente que estaba a mi lado izquierdo... la misma que, momentos antes, había hecho su gesto sincronizado.
Tomé ruta nuevamente hacia mi puesto original, junto al estrado. Escuché al juez decir que la audiencia se suspendía.
En el trayecto, vi a una mujer joven, con apariencia de clase media, que lanzó una botella de plástico vacía hacia el estrado. Se rió de su acción y se topó con mi mirada... no hice más que un gesto de reproche. Por el momento, no podía hacer más.
Unos compañeros que estaban del lado de la gente lanzamonedas, por instinto, empujaron sus cuerpos hacia adentro, identificándose como prensa ante los gendarmes. Yo procuré hacer lo mismo... pero el policía al que le mostré mi identificación no logró apoyarme a tiempo: la muchedumbre se había puesto de pie y se abalanzó contra los escudos antimotines con el afán de llegar hasta el estrado.
Quedé aprisionado entre la masa y uno de los escudos. El inflado maletín que nunca se separó de mí, parecía piedra contra mi abdomen. Con el esfuerzo que demandaba el caso, logré poner a buen recaudo mi grabadora, libreta y celular -triste prioridad de proteger las herramientas de trabajo- y recé para que el policía que me contenía no tropezara con la escalera que estaba detrás de él.
Empecé a reconocer rostros entre la gente que empujaba. Silva -ese “hombre del pueblo”- y su conocido de la camisa estampada estaban en la primera fila de la fuerza de choque. Por breves segundos me pregunté cómo llegaron tan rápido a ese puesto.
Habrán sido unos tres minutos de la experiencia como relleno de tamal. El policía al que le mostré mi credencial me haló hacia el lado del estrado. No me sentía a buen recaudo... si ya habían caído monedas y botellas, cualquier otra cosa podría llegar hasta donde estaba.
Roche, en labor inútil, llamaba a la calma. “Que continúe la audiencia”, pedía con voz suave. La policía protegió a la poca gente de Diabluma que quedaba... para ese momento, ellos, Delgado Bedrón, y Prieto eran los únicos que contaban -y necesitaban- de blindaje humano.
Poco después, la muchedumbre logró pasar hacia el estrado por el lado izquierdo -se me ocurren paradojas pero dilataría el asunto innecesariamente-. Arrojaban lo que podían. Parte de la gente a la que querían atacar se escabullía por la puerta falsa. Solo quedaron los más importantes -políticamente hablando- dentro.
Como no alcanzaron a sus objetivos, decidieron correr hacia la puerta principal. Solo la asambleísta Viteri y unos cuantos habían quedado del lado de la audiencia. Empezaron a cantar la Aurora Gloriosa.
Comencé entonces a evaluar lo que había quedado luego de casi 10 minutos de gresca: un escritorio destrozado, sillas volteadas, y monedas de 10, 5 y 1 centavos regadas por el piso... Dicen que Roche arrojó monedas de un dólar, no vi ninguna...
Y a espaldas de mí, la misma señora de blusa blanca que minutos antes exhortaba a una compañera a “ser más respetuosa” con la gente de primera fila, lanzaba improperios a Delgado, quien permaneció rodeado de policías al menos 10 minutos más.
No me divertí. Fin de la evaluación.