“Dime
que esto no es verdad”.
Un
buen amigo me compartía una imagen mientras estábamos en una
partida de Resident Evil 6 (un videojuego para los que no conocen).
Ahí, en medio de una matanza virtual de zombis, vi la gráfica que
me llegó por Whastapp: Había fallecido Bernard Fougères, a sus 84
años.
“¡84
años! ¡Carajo... Era mayor a mi padre!”, lo primero que llegó a
mi mente.
Era
la década de 1980, cuando la programación de TV era muy básica,
casi nada rimbombante. Lo más colorido que recuerdo de mi infancia
son
las noches familiares de
ver Los Picapiedras e irnos a dormir con una risa en los labios.
Y
en medio de esa simpleza, estaba el Show de Bernard, un espacio para
compartir los videos y noticias musicales del momento. Lo pasaban
después del noticiario, justo cuando yo llegaba de la escuela. Mis
primeros acercamientos con los géneros pop y rock fueron ahí.
Recuerdo haber cogido la grabadora de mensajes telefónicos de mi
papá, acercarla al televisor y grabar las canciones de Menudo y
Michael Jackson.
Desde
ahí, no podía imaginarme un almuerzo sin el tipo de los grandes
lentes cuadrados, de mirada amable, siempre sonriente, con
reflexiones filosóficas de nuestro entorno,
al pie de un piano que tenia una Mafalda de adorno y a la que siempre
le hacían un “close up” al comienzo y al final del programa.
Crecí
con él, toda mi juventud fue con él hasta mis 20 años cuando su
programa dejó de transmitirse. “El Show de Bernard” llegó hasta
los 30 años de entrevistas, consejos y música. Después de eso,
ningún espacio musical televisado me satisfizo. Me tocó acudir a la
radio a pilas para seguir escuchando música.
Pero
el hombre no se borró del mapa. Tuvo apariciones esporádicas en TV
y radio, hasta finalmente llegar a diario El Universo donde escribía
editoriales. No los lei todos, lo admito, pero siempre que aparecía
uno delante mí, lo hacía... Podía dejar de leer el resto del
periódico pero a él, no.
Durante
una entrevista, me enteré que alguna vez intentó quitarse la vida. Cuán
engañosa resulta la pantalla, vemos a una persona feliz y
desconocemos lo que puede estar pasando tras bambalinas, no le damos
importancia y muchas veces lo olvidamos... No lo juzgué, por el
contrario, me identifiqué aún más con él por
la semejanza de valorar aquello que se debe, aún en los momentos
donde parece ser el fin del mundo.
“Chuta...
Es una pena inmensa, indescriptible”, le dije a mi amigo. Casi
cuatro décadas creciendo con Bernard. Tantas reflexiones que yacen
ahora en el recuerdo, algunas, en letras de oro.
Pero
me quedo con una frase emblemática de él... Una que Bernard
mencionaba al final de su programa, una que cito frecuentemente y que
procuro ponerla en práctica. Es una máxima que todos deberíamos
tenerla presente: “Hagan lo que quieran pero sin hacer daño a
nadie”.
Que
así sea. Hasta siempre, Bernard.