viernes, 17 de enero de 2014

Solapando el abuso

¿Qué adolescencia no es difícil?
La mayor parte del tiempo la pasaba en una burbuja. En la ingenuidad de mis años creía que si no me metía con nadie, nadie se metería conmigo. Los videojuegos, libros y TV le ganaban la competencia, incluso, a las actividades deportivas por lo que mi estado físico era más vulnerable a la de los amigos y compañeros de mi entorno.
Chico bien portado en escuela y colegio. Me podían cuestionar cualquier cosa menos mi conducta por la que hasta llegué obtener diploma de plata. El ejemplo para ello lo seguí de mi madre y tan bien lo supo ella que tuvo la oportunidad de defenderlo, a su estilo, por esos días.
Pareciera que en cada curso debe haber un instigador, un chico problema. En mi grupo, ese alguien era un recién llegado, flaco, más bajo que yo de estatura, pelo ondulado y de ojos verdes, tan claros que, en conjugación con su actitud, parecía poseído por el demonio.
Llegó a insultarme la madre. Tan reiteradas eran sus provocaciones que aquella acabó con mi paciencia. En la poca fuerza que tenía le metí un puñete en la mandíbula, medio se tambaleó, respondió, las técnicas de lucha eran casi parejas pero antes de que se definiera un ganador el inspector del plantel nos llevó al rectorado.
Este siempre da problema” dijo el inspector señalándome. Me habrá confundido, era mi primera polémica, al menos en el colegio. El rector me hizo señas para quedarme callado... no sé si sería para evitar complicar el asunto o me coartaba deliberadamente el derecho a la defensa. Misterio sin resolver.
Como consecuencia del hecho, llamaron a los padres. Asistieron las madres. La mía se justificó en que quería conocer de cerca mi primera riña. El padre del otro era un marino... Dios sabrá por qué no fue.
De lo que sucedió, mi mamá lo resume en que la madre de mi contrincante “poco más y lo elevó a los altares, que su hijo era incapaz de agredir, que seguramente fue el otro el que lo provocó, que era yo quien debía ser sancionado”.
El turno de mi mamá, sus cuatro años en Derecho no eran en vano. “Mi hijo jamás ha tenido problemas de conducta en ningún plantel, averigüe el historial del otro”. Aún así, nos quedamos sin saber los antecedentes.
La decisión del dirigente de curso fue salomónica: 15 de conducta para cada uno en el trimestre corriente. Él salió ganando, yo perdiendo el diploma de oro.
Pasan los años y el oficio de periodista me llevó a conocer de cerca a un grupo de padres que defendían a sus hijos por su presunta participación en una gresca campal cerca de Mall del Sur. Las excusas presentadas llegaron a hacer sonreír a las autoridades educativas por su inverosimilitud.
La última madre en intervenir, de ocho representantes presentes, habló en tono elevado. “No sean tontos, no les solapen la sirvengüencería a sus hijos, yo sí reconozco que el mío estuvo en el momento y lugar equivocados. ¿Creen que esto desaparecerá el problema? Pues no”. El silencio de los aludidos fue por demás elocuente.
¿Cuántos habrá como esta madre de familia? ¿Cuántos más habrá como los otros?

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